Aún es verano en la montaña
Los árboles han dormido su siesta vestidos de verde y, aquéllos que pierden sus hojas, despiertan confusos, con algo marchito en su interior. Miran el lago: Está calmo. Algo desde arriba lo oprime. Miran los ríos: traen poco agua. El verano les entregó ya toda la que tenía. Ellos presienten que se avecina un otoño atardecido.
Como quiera que sea, después de la siesta, siempre cuesta entrar en materia. Falta mucho para que, completamente desnudos, se entreguen al sueño nocturno del invierno.
Pero este otoño, el Ñire y la Lenga, el Álamo y el Raulí, el Ciruelo y el Manzano; van a entregarnos un espectáculo que no deja de asombrarme desde hace años. Antes de entrar sin ropaje al lecho invernal, sus hojas mudarán diariamente de color en un desfile vespertino irresistible. Unas veces empujadas por el viento, otras mojadas por la lluvia, irán del verde al amarillo, del verde al rojo, del verde al naranja, al ocre, para, luego, dejar al descubierto su húmeda estructura leñosa.
Así pasarán el frío invierno, que es vida latente y reposada para ellos. En los días de fiesta serán revestidos de blanco por alguna nevada maternal y bailarán con soles tenues la cíclica danza de los adormecidos.
1 Comments:
Muy lindo, che!
Publicar un comentario
<< Home