El sermón que me hubiera gustado escuchar
No es necesario ser ciego para no ver. Si desde chico se educa el mal gusto, con televisión sin calidad, con revistas idiotas, con adornos de mal gusto, con formas de vestir inapropiadas, en la cual la atracción solo se logra mediante la obscenidad y el erotismo; si los críticos contemporáneos intentan vender un inodoro colgado en la pared como la suprema obra de arte del siglo XX; si imágenes blasfemas y hasta repulsivas encuentran la adhesión de representantes oficiales de la cultura; si algunos museos modernos nos introducen en lo deforme e incomprensible; si, por otro lado, aún en las manifestaciones supuestamente altas del espíritu como la literatura, se usan formas chabacanas, ¿qué se podrá esperar de la pobre gente, sobre todo los más jóvenes? ¿Cómo podrán aprender a mirar y deleitarse con lo bello?
Y, si más del ochenta por ciento de las entradas a Internet está constituido por ingresos a sitios pornográficos, ¿cuál será el buen gusto visual de la mayoría de la gente? ¿Cuál será su concepción de la mujer, del amor, de los verdaderos gustos del espíritu? Alguien que, por ejemplo, conoce lo femenino sólo a través de esas imágenes ¿percibirá la belleza de una verdadera mujer? ¿Podrá entender un verdadero poema de amor?
Y, si vamos a lo racional, ¿quién observará la realidad con espíritu verdaderamente científico si no tiene método, lenguaje, lógica, rigor mental? ¿Quién sabrá ponerse en contacto con lo real si solo tiene de ciencia lo que le muestran los diarios? ¿Quién reflexionará con seriedad sobre los problemas del hombre, de Dios, de la interioridad humana, de la Iglesia, si se ha acostumbrado a aceptar en todos esos campos las opiniones de Moria Casán o de Maradona, o de cualquiera que pare un periodista por la calle?
Y, finalmente, ¿se puede encontrar uno con la Verdad y con Dios, con el lenguaje sumergido en la mediocridad, en la procacidad, en la pobreza de conceptos? ¿con los sentidos acostumbrados a los placeres groseros?
¿No será necesario purificar, en esta Cuaresma, nuestros ojos, enriquecer nuestra mirada, purgar nuestros oídos, llenarlos de sinfonía, enriquecer nuestra inteligencia, regarla de poesía, de palabra de Dios y de armonía de los divino?
Pero ese es el juego de luz y tinieblas, de videntes y no videntes, de ciegos y de los que creen ver, que desarrolla San Juan en el evangelio de hoy. La conclusión es que los que creían ver no veían; y el que todos pensaban que era ciego, finalmente, es el que termina viendo.
“Creo, Señor”, y se postró ante él.
Estas palabras están extractadas de un sermón dicho ayer a 1.600 kms de distancia. Padre Gustavo, como extraño tus sermones.
Y, si más del ochenta por ciento de las entradas a Internet está constituido por ingresos a sitios pornográficos, ¿cuál será el buen gusto visual de la mayoría de la gente? ¿Cuál será su concepción de la mujer, del amor, de los verdaderos gustos del espíritu? Alguien que, por ejemplo, conoce lo femenino sólo a través de esas imágenes ¿percibirá la belleza de una verdadera mujer? ¿Podrá entender un verdadero poema de amor?
Y, si vamos a lo racional, ¿quién observará la realidad con espíritu verdaderamente científico si no tiene método, lenguaje, lógica, rigor mental? ¿Quién sabrá ponerse en contacto con lo real si solo tiene de ciencia lo que le muestran los diarios? ¿Quién reflexionará con seriedad sobre los problemas del hombre, de Dios, de la interioridad humana, de la Iglesia, si se ha acostumbrado a aceptar en todos esos campos las opiniones de Moria Casán o de Maradona, o de cualquiera que pare un periodista por la calle?
Y, finalmente, ¿se puede encontrar uno con la Verdad y con Dios, con el lenguaje sumergido en la mediocridad, en la procacidad, en la pobreza de conceptos? ¿con los sentidos acostumbrados a los placeres groseros?
¿No será necesario purificar, en esta Cuaresma, nuestros ojos, enriquecer nuestra mirada, purgar nuestros oídos, llenarlos de sinfonía, enriquecer nuestra inteligencia, regarla de poesía, de palabra de Dios y de armonía de los divino?
Pero ese es el juego de luz y tinieblas, de videntes y no videntes, de ciegos y de los que creen ver, que desarrolla San Juan en el evangelio de hoy. La conclusión es que los que creían ver no veían; y el que todos pensaban que era ciego, finalmente, es el que termina viendo.
“Creo, Señor”, y se postró ante él.
Estas palabras están extractadas de un sermón dicho ayer a 1.600 kms de distancia. Padre Gustavo, como extraño tus sermones.
1 Comments:
José, me gusto mucho tu página y veo que hay cosas que entendes, pero te cuesta llevar a la practica.
tu admiradora de siempre
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