Paganismo y Neopaganismo
“Suponte por un momento que eres llevado al punto más elevado de una alta montaña; que desde allí divisas el aspecto de todas las cosas situadas debajo de ti y que, dirigiendo tu mirada por doquier, observas bien los torbellinos de este mundo agitado. Entonces te compadecerás del mundo y, amonestándote a ti mismo y muy agradecido a Dios, te regocijarás con mayor alegría de haberte liberado de él.
Contempla los caminos plagados de ladrones; las guerras entre ejércitos, horriblemente cruentas, esparcidas por todas partes. Toda la tierra está bañada en sangre de unos y otros. Al homicidio se lo considera un crimen cuando se comete privadamente, mas se lo llama virtud cuando se ejecuta en nombre del Estado. No es la inocencia la que concede impunidad a los criminales, sino la magnitud del crimen.
La vida privada
¡Oh, si desde esa alta atalaya pudieses clavar tus ojos en los lugares secretos, abrir las puertas cerradas de los aposentos y sacar a plena luz las recónditas intimidades!
Verías a los impúdicos hacer aquello que una persona honrada no podría siquiera mirar, verías lo que es ya un crimen tan sólo ver, verías lo que quienes, fuera de sí por la locura de los vicios, niegan haber hecho y se apresuran a hacer. Varones que se echan encima de otros varones con deseos irrefrenables. Hacen cosas que ni siquiera pueden aprobar los mismos que las hacen. Miento si un individuo así no acusa a los otros de esto mismo, si un deshonesto no difama a los honestos y cree que, a pesar de ser consciente de su culpa, ha quedado así libre de ella, como si la conciencia no fuera ya suficiente.
Estos, que son acusadores en público y reos en privado, vienen a ser jueces contra sí mismos al tiempo que culpables. Condenan fuera lo que hacen dentro; cometen de buen gusto lo que incriminan una vez que lo han cometido. Es una audacia muy propia de sus vicios y una desvergüenza, que concuerda plenamente con estos impúdicos. Y no te maravilles de lo que estos sujetos hablan. En ellos el mal, que se hace ya con las palabras, es lo de menos.
El foro (los tribunales)
Mas, después de ver los caminos infestados de salteadores, las múltiples guerras diseminadas por el orbe entero, los espectáculos cruentos o torpes, las acciones vergonzosas de la lujuria cometidas en prostíbulos o que quedan en secreto dentro de las paredes de la casa, las que cuanto más en secreto queda la culpa mayor es el desenfreno, después de todo esto, quizá te parezca que queda a salvo el foro, ya que, libre de estos provocativos desmanes, no debería mancharse con ningún contacto pernicioso.
Pues bien, dirige a este punto tu mirada: encontrarás tantas cosas detestables que no tendrás más remedio que apartar de allí tus ojos. Aunque las leyes estén grabadas en doce tablas y todo el derecho esté expuesto en público en planchas de cobre colgadas, se delinque delante de las leyes, se peca delante del derecho, la inocencia no se respeta ni siquiera allí donde se defiende. Entre los contendientes se desencadena la rabia de una parte contra la otra y, rota la paz, en medio de las togas muge el foro alborotado durante los procesos.
Allí están preparados la lanza, la espada, el garfio que desgarra, el verdugo, el potro que estira, el fuego que abrasa; más suplicios para el cuerpo humano que miembros tiene. Y ¿Quién viene en auxilio en medio de estos suplicios? ¿El abogado? Prevarica y engaña. ¿El juez? Vende la sentencia. El que tiene la misión de castigar los crímenes, él mismo los comete y, con tal de condenar a un acusado que es inocente, él mismo se hace culpable.
Los delitos abundan por todas partes y por doquier actúa un virus dañino a través de mentes depravadas con toda clase y género de pecados. Uno altera un testamento, otro escribe una cosa falsa en un crimen capital, por un lado se los priva a los hijos de la herencia, por otro se dan sus bienes a extraños. Siempre hay un enemigo que acusa falsamente, un calumniador que embiste, un testigo que declara contra la verdad. Por cualquier lado se presenta gente atrevida que por dinero prostituye su palabra para inventar crímenes, de modo que, mientras perecen los inocentes, no les ocurre nada a los culpables.
No existe ningún miedo a las leyes, ningún temor al fiscal o al juez. No se teme, naturalmente, lo que puede comprarse.
Ser inocente entre criminales es ya un delito y quien no imita a los malos los ofende. Las leyes van de acuerdo con los pecados y acaba por ser lícito lo que todo el mundo hace.
¿Qué respeto y qué honradez pueden existir allí donde no hay quien condene a los malvados y donde te encuentras tan sólo con gente que deberían condenar?
El teatro
Vuelve ahora tu mirada a los no menos abominables males de otro espectáculo, también en los teatros podrás contemplar lo que para ti no sólo es motivo de dolor, sino incluso de vergüenza. El género trágico sirve para evocar en verso crímenes antiguos. De manera plástica, como si fueran reales, se presentan los horrores de parricidios e incestos del pasado, a fin de que con el transcurso de los siglos no caiga en el olvido aquello que una vez se cometió. Cada generación queda advertida, escuchando estas cosas, de que puede hacer esto mismo que se hizo entonces. No fenecen nunca los delitos con el decurso de los siglos, nunca queda soterrado el crimen con el tiempo, nunca la iniquidad se sepulta en el olvido. Tales cosas dejaron de ser fechorías para convertirse en ejemplos.
Deleita, además, en las comedias, la enseñanza de cosas torpes, tanto al recordar lo que uno ha hecho en casa como al escuchar lo que podría hacer. Se aprende el adulterio viéndolo allí y, siendo una incitación al vicio este mal de influencia pública, quizá alguna matrona haya ido al espectáculo siendo púdica y regrese de él siendo impúdica.
Y, además, ¡cuánta corrupción de costumbres, qué fomento de lo obsceno, qué modo de alimentar los vicios! Uno se corrompe con aquellos gestos histriónicos y contempla una representación hecha de torpezas incestuosas contrarias a las leyes y al derecho de la naturaleza. Se castran los varones y todo el honor y el vigor del sexo se desvirtúan con la deshonra de un cuerpo afeminado. E, incluso, gusta más allí quien de varón en mujer mejor se haya transformado. Según el crimen crecen los aplausos y se considera mejor artista al que mayores torpezas realiza. Y a esto ¡qué horror! se lo contempla con gusto. ¿A qué cosa no puede incitar un individuo así? Despierta los sentidos, enciende la pasión, vence la más recta conciencia de un corazón bueno.
Y nunca le falta un ejemplo de esta halagadora desvergüenza, de modo que, al oírlo, lo pernicioso se introduzca en los hombres con mayor suavidad. Representan a la impúdica Venus, al adúltero Marte, a aquel Júpiter suyo superior a todos en poder no más que en vicios, que ardía con sus propios rayos en amores terrenos, bien emblanqueciéndose en las plumas de un cisne, bien deslizándose en lluvia de oro, bien lanzándose a raptar jóvenes adolescentes sirviéndose de aves. Puedes preguntarte si es posible que permanezcan siendo íntegros y puros los espectadores. Imitarán a los dioses que veneran y los miserables convertirán en actos religiosos sus delitos.”
Aunque parezca mentira, este texto no fue escrito en el siglo veinte o veintiuno, sino en el siglo tres por San Cipriano*. Converso por la Gracia de Dios (a causa de la inmoralidad de las costumbres, tanto privadas como públicas), Cipriano fue desterrado en el 257 y decapitado el 24 de septiembre del 258.
No pretendo, con esto, disimular la importancia ni la gravedad de la situación actual, pero parece que la naturaleza del pecado es y será siempre la misma.
(*)Fragmentos De "Adonato" De San Cipriano. Ed. Ciudad Nueva - Madrid 1991 -
Contempla los caminos plagados de ladrones; las guerras entre ejércitos, horriblemente cruentas, esparcidas por todas partes. Toda la tierra está bañada en sangre de unos y otros. Al homicidio se lo considera un crimen cuando se comete privadamente, mas se lo llama virtud cuando se ejecuta en nombre del Estado. No es la inocencia la que concede impunidad a los criminales, sino la magnitud del crimen.
La vida privada
¡Oh, si desde esa alta atalaya pudieses clavar tus ojos en los lugares secretos, abrir las puertas cerradas de los aposentos y sacar a plena luz las recónditas intimidades!
Verías a los impúdicos hacer aquello que una persona honrada no podría siquiera mirar, verías lo que es ya un crimen tan sólo ver, verías lo que quienes, fuera de sí por la locura de los vicios, niegan haber hecho y se apresuran a hacer. Varones que se echan encima de otros varones con deseos irrefrenables. Hacen cosas que ni siquiera pueden aprobar los mismos que las hacen. Miento si un individuo así no acusa a los otros de esto mismo, si un deshonesto no difama a los honestos y cree que, a pesar de ser consciente de su culpa, ha quedado así libre de ella, como si la conciencia no fuera ya suficiente.
Estos, que son acusadores en público y reos en privado, vienen a ser jueces contra sí mismos al tiempo que culpables. Condenan fuera lo que hacen dentro; cometen de buen gusto lo que incriminan una vez que lo han cometido. Es una audacia muy propia de sus vicios y una desvergüenza, que concuerda plenamente con estos impúdicos. Y no te maravilles de lo que estos sujetos hablan. En ellos el mal, que se hace ya con las palabras, es lo de menos.
El foro (los tribunales)
Mas, después de ver los caminos infestados de salteadores, las múltiples guerras diseminadas por el orbe entero, los espectáculos cruentos o torpes, las acciones vergonzosas de la lujuria cometidas en prostíbulos o que quedan en secreto dentro de las paredes de la casa, las que cuanto más en secreto queda la culpa mayor es el desenfreno, después de todo esto, quizá te parezca que queda a salvo el foro, ya que, libre de estos provocativos desmanes, no debería mancharse con ningún contacto pernicioso.
Pues bien, dirige a este punto tu mirada: encontrarás tantas cosas detestables que no tendrás más remedio que apartar de allí tus ojos. Aunque las leyes estén grabadas en doce tablas y todo el derecho esté expuesto en público en planchas de cobre colgadas, se delinque delante de las leyes, se peca delante del derecho, la inocencia no se respeta ni siquiera allí donde se defiende. Entre los contendientes se desencadena la rabia de una parte contra la otra y, rota la paz, en medio de las togas muge el foro alborotado durante los procesos.
Allí están preparados la lanza, la espada, el garfio que desgarra, el verdugo, el potro que estira, el fuego que abrasa; más suplicios para el cuerpo humano que miembros tiene. Y ¿Quién viene en auxilio en medio de estos suplicios? ¿El abogado? Prevarica y engaña. ¿El juez? Vende la sentencia. El que tiene la misión de castigar los crímenes, él mismo los comete y, con tal de condenar a un acusado que es inocente, él mismo se hace culpable.
Los delitos abundan por todas partes y por doquier actúa un virus dañino a través de mentes depravadas con toda clase y género de pecados. Uno altera un testamento, otro escribe una cosa falsa en un crimen capital, por un lado se los priva a los hijos de la herencia, por otro se dan sus bienes a extraños. Siempre hay un enemigo que acusa falsamente, un calumniador que embiste, un testigo que declara contra la verdad. Por cualquier lado se presenta gente atrevida que por dinero prostituye su palabra para inventar crímenes, de modo que, mientras perecen los inocentes, no les ocurre nada a los culpables.
No existe ningún miedo a las leyes, ningún temor al fiscal o al juez. No se teme, naturalmente, lo que puede comprarse.
Ser inocente entre criminales es ya un delito y quien no imita a los malos los ofende. Las leyes van de acuerdo con los pecados y acaba por ser lícito lo que todo el mundo hace.
¿Qué respeto y qué honradez pueden existir allí donde no hay quien condene a los malvados y donde te encuentras tan sólo con gente que deberían condenar?
El teatro
Vuelve ahora tu mirada a los no menos abominables males de otro espectáculo, también en los teatros podrás contemplar lo que para ti no sólo es motivo de dolor, sino incluso de vergüenza. El género trágico sirve para evocar en verso crímenes antiguos. De manera plástica, como si fueran reales, se presentan los horrores de parricidios e incestos del pasado, a fin de que con el transcurso de los siglos no caiga en el olvido aquello que una vez se cometió. Cada generación queda advertida, escuchando estas cosas, de que puede hacer esto mismo que se hizo entonces. No fenecen nunca los delitos con el decurso de los siglos, nunca queda soterrado el crimen con el tiempo, nunca la iniquidad se sepulta en el olvido. Tales cosas dejaron de ser fechorías para convertirse en ejemplos.
Deleita, además, en las comedias, la enseñanza de cosas torpes, tanto al recordar lo que uno ha hecho en casa como al escuchar lo que podría hacer. Se aprende el adulterio viéndolo allí y, siendo una incitación al vicio este mal de influencia pública, quizá alguna matrona haya ido al espectáculo siendo púdica y regrese de él siendo impúdica.
Y, además, ¡cuánta corrupción de costumbres, qué fomento de lo obsceno, qué modo de alimentar los vicios! Uno se corrompe con aquellos gestos histriónicos y contempla una representación hecha de torpezas incestuosas contrarias a las leyes y al derecho de la naturaleza. Se castran los varones y todo el honor y el vigor del sexo se desvirtúan con la deshonra de un cuerpo afeminado. E, incluso, gusta más allí quien de varón en mujer mejor se haya transformado. Según el crimen crecen los aplausos y se considera mejor artista al que mayores torpezas realiza. Y a esto ¡qué horror! se lo contempla con gusto. ¿A qué cosa no puede incitar un individuo así? Despierta los sentidos, enciende la pasión, vence la más recta conciencia de un corazón bueno.
Y nunca le falta un ejemplo de esta halagadora desvergüenza, de modo que, al oírlo, lo pernicioso se introduzca en los hombres con mayor suavidad. Representan a la impúdica Venus, al adúltero Marte, a aquel Júpiter suyo superior a todos en poder no más que en vicios, que ardía con sus propios rayos en amores terrenos, bien emblanqueciéndose en las plumas de un cisne, bien deslizándose en lluvia de oro, bien lanzándose a raptar jóvenes adolescentes sirviéndose de aves. Puedes preguntarte si es posible que permanezcan siendo íntegros y puros los espectadores. Imitarán a los dioses que veneran y los miserables convertirán en actos religiosos sus delitos.”
Aunque parezca mentira, este texto no fue escrito en el siglo veinte o veintiuno, sino en el siglo tres por San Cipriano*. Converso por la Gracia de Dios (a causa de la inmoralidad de las costumbres, tanto privadas como públicas), Cipriano fue desterrado en el 257 y decapitado el 24 de septiembre del 258.
No pretendo, con esto, disimular la importancia ni la gravedad de la situación actual, pero parece que la naturaleza del pecado es y será siempre la misma.
(*)Fragmentos De "Adonato" De San Cipriano. Ed. Ciudad Nueva - Madrid 1991 -
2 Comments:
La vida de San Cipriano es lo que intentó en un principio contar Newman en su obra Calixta. Aún así, Cipriano aparece en esa novela como un personaje clave. A mi me la regalaron y es muy ineteresante. Pero más interesante es conocer este texto desde dónde citaste sus palabras.
Me quedé pensando en lo de "eres llevado al punto más elevado de una alta montaña; que desde allí divisas el aspecto de todas las cosas situadas debajo de ti y (...) observas bien los torbellinos de este mundo agitado".
Porque yo muchas veces elegía una plaza bien arbolada en medio de la ciudad ruidosa y hacía un ejercicio similar (casi involuntario). Envuelto en el silencio de la plaza y su aislamiento, miraba como se movía el mundo y pensaba acerca de él.
Ya estaba enterada y he estado transmitiendola a los demas. Es increible la cantidad de cosas que se hacen solo por tradicion o por costumbre sin conocer realmente lo que estan haciendo ni el daño que pueden causarse, gracias
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