Recuerdos de un catequista
En el lugar había un locutorio donde uno podía conversar distendidamente antes o después de su turno de Adoración.
Allí, una noche Carlos me contó que en la puerta del Templo alguien lo paró para preguntarle algo. Carlos respondió a su pregunta y luego le dijo:
- ¿Señor, me acompañaría a entrar al Templo?
- ¿Yo? No. Hace mucho que no entro a una Iglesia.
- Es para entrar conmigo nomás.
Después de una corta conversación en la cual Carlos le insistió en que sólo quería que entrara con él, el tipo accedió.
Habiendo terminado su relato, Carlos pretendió cambiar de tema.
- Pará, pará. ¿Y que pasó? -le pregunté yo-.
- Nada, -contestó Carlos- una vez que estuvimos adentro le dije: “Gracias” y me fui.
- Y... ¿No lo esperaste afuera?
- No.
- Y... ¿No quisiste saber cuanto tiempo se quedaba dentro?
- No.
- No entiendo. ¿Cuál es el punto? –insistí desorientado-.
- El punto es que yo hice lo que tenía que hacer, lo demás lo hace Dios.
¿Qué tal? ¡Catequesis pura!
Ahí vi claramente el primer defecto en el que puede caer un catequista: No hacer lo que le corresponde y ponerse a hacer lo que es trabajo de Dios.
Dice Dios por boca de Isaías:
«no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos» (55,8)
Y en realidad, lo que hizo Carlos, no sé si fue, humanamente hablando, prudente o imprudente. Por ejemplo, ¿Quién, podría estimar la Cruz como un medio prudente para causar la total redención del hombre?
No sé si en Carlos estaba el ejercicio de la Prudencia, pero los Dones... si estaban.
Allí decidí que quería ser como Carlos.
Todavía quiero ser como él.
1 Comments:
Muy buen ejemplo. Se nos olvida, de verdad.
¡Feliz Navidad!
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