09 mayo 2005

El sol del 25

Cada año, cuando nos aproximamos al 25 de mayo, siento esta contradicción interior. ¿Debemos festejar? ¿Debemos conmemorar? ¿Debemos rezar? ¿Debemos ... llorar?.

Se me ocurre que esto es como tener un familiar en terapia intensiva. El día de su cumpleaños, algunos familiares entran con bonetes y matracas deseando feliz cumpleaños, otros parientes pasan por la vereda del sanatorio como si no supieran nada del cumpleaños ni del enfermo. Otros, en la vereda de enfrente, vociferan contra el enfermo mientras desean su muerte –o al menos, quieren que no se restablezca-.

Yo no pertenezco a ninguno de estos grupos.

Ya he leído suficiente sobre el 25 de mayo de 1810. Creo saber quienes son sus héroes. Quiénes han parido mi patria. Creo también que, si despertaran, tampoco se identificarían con los familiares descriptos.

¿Qué debemos hacer? No sé tú, pero yo festejaré mínimamente, conmemoraré espartanamente, rezaré exagerada y esperanzadamente y lloraré virilmente.

Cuando asome el sol del 25, iré a la terapia intensiva, entraré sin pitos ni globos, me sentaré y tomaré a la patria de la mano. Le diré: ¡feliz cumpleaños! Con una leve sonrisa y trataré de escuchar su voz, y si me responde, le peguntaré: ¿qué puede hacer tu hijo?