¿Dónde vivir?
Creo que éste es un interrogante de muchos porteños (y seguramente de muchas personas que viven en grandes ciudades). Porque dónde vivir no es cosa que se resuelva a las apuradas.
La mayoría de la gente vive donde nació o, al menos, donde lo dejan vivir. Pero otros, que tienen la posibilidad de elegir, migran, unos de la ciudad a la aldea o al campo; otros, de esos lugares, a la ciudad. Todos éstos, con largas argumentaciones a favor del destino elegido y en contra del de origen.
Yo mismo, que soy porteño y vivo desde hace dieciocho años en una aldea, me argumenté durante años para tomar la decisión de mudarme (al final me mudé por otras razones de índole personal), pero hoy no sé si esos argumentos son del todo válidos.
Es evidente que las grandes ciudades no tienen lo que hay aquí, en cuanto naturaleza creada y ritmo de vida, pero no vayan a creer que eso es todo lo importante.
Por ejemplo, he perdido la intimidad y el trato cotidiano con mis amigos. Ahora, cuando los visito, ocupo inevitablemente el lugar de un invitado especial y extraordinario. Tengo más ejemplos pero no lo quiero hacer largo, Aquí, por una cuestión de escala humana, no hay disputa cultural, grandes maestros, nivel educativo, etc.
No es que me queje. Esta tierra me recibió y permitió mi desarrollo y el de mi familia, pero tengo una cierta melancolía de mi origen y tristeza de mi desarraigo. Pregunto a quienes piensan como yo pensaba hace tiempo: ¿No será el momento de intentar rescatar el espacio cedido a toda la podredumbre y corrupción que infecta a la ciudad y dejar de confundirla con la ciudad misma?
Hoy prefiero pensar como Chesterton en “El Napoleón de Notting Hill”: “Notting Hill ... es una elevación o prominencia de la tierra en la cual los hombres han construido casas donde vivir, en las cuales han nacido, donde se han enamorado, donde han rezado, se han casado y han muerto. ... allí sentí el misterio de la vida. Los jardincitos donde hablamos de nuestros amores, las calles por las que caminamos hacia la muerte, ¿por qué tienen que ser vulgares?”
La mayoría de la gente vive donde nació o, al menos, donde lo dejan vivir. Pero otros, que tienen la posibilidad de elegir, migran, unos de la ciudad a la aldea o al campo; otros, de esos lugares, a la ciudad. Todos éstos, con largas argumentaciones a favor del destino elegido y en contra del de origen.
Yo mismo, que soy porteño y vivo desde hace dieciocho años en una aldea, me argumenté durante años para tomar la decisión de mudarme (al final me mudé por otras razones de índole personal), pero hoy no sé si esos argumentos son del todo válidos.
Es evidente que las grandes ciudades no tienen lo que hay aquí, en cuanto naturaleza creada y ritmo de vida, pero no vayan a creer que eso es todo lo importante.
Por ejemplo, he perdido la intimidad y el trato cotidiano con mis amigos. Ahora, cuando los visito, ocupo inevitablemente el lugar de un invitado especial y extraordinario. Tengo más ejemplos pero no lo quiero hacer largo, Aquí, por una cuestión de escala humana, no hay disputa cultural, grandes maestros, nivel educativo, etc.
No es que me queje. Esta tierra me recibió y permitió mi desarrollo y el de mi familia, pero tengo una cierta melancolía de mi origen y tristeza de mi desarraigo. Pregunto a quienes piensan como yo pensaba hace tiempo: ¿No será el momento de intentar rescatar el espacio cedido a toda la podredumbre y corrupción que infecta a la ciudad y dejar de confundirla con la ciudad misma?
Hoy prefiero pensar como Chesterton en “El Napoleón de Notting Hill”: “Notting Hill ... es una elevación o prominencia de la tierra en la cual los hombres han construido casas donde vivir, en las cuales han nacido, donde se han enamorado, donde han rezado, se han casado y han muerto. ... allí sentí el misterio de la vida. Los jardincitos donde hablamos de nuestros amores, las calles por las que caminamos hacia la muerte, ¿por qué tienen que ser vulgares?”