Me quedé enganchado con el tema del silencio que trajo, hace algunas semanas Juan Ignacio. Hay un tema de catequesis en el silencio. Pero tendríamos que distinguir entre dos tipos de silencio. Está el exterior, el que obtengo cuando apago la radio o me alejo de la ciudad o me encierro en mi cuarto. Pero éste no es ni el único ni el más importante. Hay otro silencio. El silencio del alma.
El ruido interior, ese que no me deja rezar, ese que me tiene embotado y afecta mis capacidades, me distrae mucho más que el ruido exterior.
Ciertamente que el silencio exterior es, en algunos casos, predisponente del interior pero nunca es su causante ni su determinante. Y hasta puede ser desfavorable, tratándose de un alma no acostumbrada. Por ejemplo, si me meten en la celda del monasterio de algún monje contemplativo, sin haber hecho el ejercicio de acallar los ruidos interiores, ¿cuánto tardaré en enloquecer?
Creo que se puede estar en contemplación, aunque sea difícil, en medio del ruido exterior; pero es imposible lograr un cierto recogimiento sin poner silencio a la multitud de pensamientos que me brotan de adentro. Si mi alma está sorda a causa de mis pasiones, Dios podrá gritar todo lo que quiera, que no lo escucharé.
Pero tiene razón Juan Ignacio, porque es cierto que ni en Misa se callan un poco. Y el tema es que muchas almas hacemos un gran esfuerzo para lograr un mínimo de silencio interior. Y este endeble y breve estado, corre el riesgo de desbaratarse con canciones inapropiadas y avisos inoportunos. Ni qué decir de los dieciocho besos que te plantan y de las treinta y seis manos que te abrazan.
Bueno... me fui de tema.
Ahora tengo que preparar la guía para la Adoración del Jueves Santo. Espero que la Prudencia me dicte cuánto de ruido y cuánto de silencio exterior es aconsejable para esta Comunidad.